Nadie nos dijo que pertenecer podía sonar a confusión.
Nacimos en Dinamarca, pero la banda sonora de nuestra infancia venía de otra parte — del salón iluminado por las películas y canciones de Bollywood. Nuestros padres llegaron en los setenta como trabajadores invitados; construyeron vidas nuevas con las manos, pero dejaron el corazón allá, donde el monzón aún cae sobre los tejados.
No creerías lo que significaba una antena parabólica en aquellos años. No era rebeldía, era supervivencia. Mientras algunos políticos hablaban de “integración”, nosotros encontrábamos consuelo en una voz cantando en hindi o urdu. Esa música era un puente invisible entre dos mundos, una forma de decir: seguimos aquí.
Hoy, Bollywood ya no es sólo un recuerdo de nuestros padres. Es parte de nosotros. Las canciones que antes escondíamos cuando venían amigos daneses, ahora suenan libres en nuestros teléfonos, en cafés, en fiestas donde el hindi y el danés se mezclan sin pedir permiso.
Cada ritmo de dhol, cada verso de amor imposible, nos recuerda quiénes somos: hijos de dos mundos que aprendieron a bailar en el espacio entre ellos. Para algunos, Bollywood es exageración; para nosotros, es verdad. Nos enseñó a sentir demasiado en un país que a veces prefiere el silencio.
Bollywood no fue sólo cine o música. Fue la primera vez que nos vimos reflejados — con acento, con mezcla, con historia. Y ese reflejo sigue vivo, cada vez que una vieja melodía atraviesa el invierno nórdico y nos hace cerrar los ojos.
Quizás eso es lo que Bollywood realmente nos dejó: una forma de resistir sin gritar. Cada canción era una promesa de que podíamos pertenecer sin perder lo que éramos. Nuestros padres soñaban en otro idioma; nosotros aprendimos a soñar en dos.
Cuando escucho esas melodías ahora, no pienso sólo en India o Dinamarca. Pienso en mi madre cantando mientras cocinaba, en mi padre sonriendo cansado después del trabajo, en la antena que apuntaba hacia un cielo que nos unía. Ese fue nuestro hogar, antes de que aprendiéramos a llamarlo así.
Bollywood no nos enseñó a elegir entre mundos — nos enseñó a vivir en ambos, con el corazón haciendo de puente.

